lunes, 23 de marzo de 2009

Boceto de madre


Han pasado muchos meses... y parece que no siguieran pasando...
la vida corre a dos mil por hora... el mundo ha girado, ha cambiado su rumbo.
Me detuve en la esquina,  esa soleada, de la vuelta de casa. Con paredes rosas... con colores salmón. La vereda se me abrió delante y me llevó hasta el otro lado. Allá me miraba. Parecía de tres años. Con piernas cortas, cabellos revueltos. Se puso la mano de visera y me preguntó si tenía otra cosa...

Me paralicé. No podía cruzar. No había tráfico. Pero sabía que si lo hacía no volvería nunca más a casa. 

Pienso. Siento. El aire corriendo entre mis brazos. La sangre corriendo por mis venas. La sonrisa radiante corriendo bajo esas manitos de visera... 

Hay cosas que no hay que hacer... y así mismo las hacemos. Corrí en frente y la abracé. Le conté que era hija mía. Le besé ambas mejillas. Le até trenzas en el pelo... Y desde ese instante supe, que cualquier instante hace tiempo nos dejó solas... pero a partir de allí... ninguna... podría seguir caminando si no era de la mano de la otra.

Me habían dicho que era así. Que estaba crecida. Lo que no me habían dicho... era que no podría volver atrás. Me prohibieron tenerla a mi lado. Pero no podían evitar que la encontrara.

No sabía qué era yo. Pero evidentemente entendió rápidamente que no le haría daño.

Me preguntó cómo me llamaba... y le dije que con el tiempo olvidaría mi nombre.

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