lunes, 14 de abril de 2008

El Acuerdo

Se sentó a esperar, y dejó que pasara el tiempo, dejó de apresarlo tan intensamente en su reloj… de repente se sentía frío el vaso y el gustito era abrumador. Un cigarrillo envolvió en humo el rincón, una mirada atrevida se escurrió hacia el costado del anteojo. No supo qué decir. Y dijo algunas cosas.
El cenicero se cargó de colillas… el tabaco.
Los dedos recorrían la mesa con inquietud. Y pidió café. Esos cafés de mil vueltas. El azúcar de tanto marearse ya ni se quejó, se quedó a un costado.
Otro sobre fue degollado para repetir la misma historia que el anterior, saciando apenas esa avidez.
Los dedos se quedaron quietos, las palabras no. Y los pies como si nada tamborileaban… y se cruzaron una, dos, tres veces… ya.
De este lado el vaso transpiraba, la mesa estaba coronada por una aureola idéntica a cien o más… que siempre manchan la madera.
Una lapicera anotó dos líneas. Y el papel fue abollado… dos monedas, una de cincuenta y otra de veinticinco centavos.
La mirada se fijó en un punto, y mientras hablaba, no dijo nada…
El sitio se volvió cada vez más apacible, la sonrisa se quedó en el pórtico, como colgando de un llamador… se hamacó y se arrojó a la mesa -como esos acróbatas de circo que vuelan de punta a punta- fue apta en su pirueta y alguien pudo alcanzarla. Meciéndose en el aire se extinguía… contagiando un poco de eso, que todos llaman júbilo… o tal vez encanto.
Un par de servilletas se arrugaron, y otro par no…
Alguien miró hacia la mesa del costado… las manos se encontraron tras un bailoteo de vacilación… uno miró la taza, el otro no. Y la taza quedó llena y el azúcar suspiró.
Ya dejaron de mirarse para imaginar… y terminó de revolverse, acabó por detener el tiempo un segundo más… para partir.
Los zapatos hicieron crujir la madera, y la puerta de entrada se volvió de salida y casi los saluda al verlos marchar…

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